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A LIBRO ABIERTO
ara mí la lectura es la reconstrucción de los infinitos Andersen se convirtió en uno de mis autores favoritos.
sentidos que tiene un texto. Y un texto es el objeto que De alguna manera me identifiqué con El patito feo, ya que
puede ser focalizado por todo mi ser, en sus múltiples me sentía diferente, por circunstancias familiares que he
P dimensiones. narrado en alguno de mis trabajos autobiográficos. Por otro
Cuando leo, interactúo con un texto y le permito que tome lado, creo que las historias de La sirenita y La niña de los
todo cuanto él es capaz de extraer de lo más recóndito de mí fósforos dejaron en mí huella indelebles.
mismo, al tiempo que tomo de ese texto lo que de nuevo y Después tuve la suerte de conocer a Wilde. Me
fascinante soy capaz de descubrir en sus dominios. indigné con la actitud del molinero ante el pequeño
Y es que yo mismo soy un texto, que invita a los demás a Hans en El amigo fiel, sentí la más grande antipatía
que me lean. A diferencia de los personajes de Fahrenheit 451, por El famoso cohete, y lloré con El príncipe feliz, El
soy portador no de una sino de mil y un historias que pueden gigante egoísta y El ruiseñor y la rosa.
ser decodificadas, comprendidas, criticadas, valoradas y Es imposible que pueda recordar todas las ficciones
reconstruidas por los lectores que se lo propongan. que fueron poblando mi mundo interior, pero es también
Crecí en el vientre de mi madre, leyendo la sensación de imposible que olvide historias como las de Hannia, Quo
calor y seguridad que ese claustro me brindaba para irme vadis, Los últimos días de Pompeya, El principito, Canción
formando como ser humano; aprendí a escribir mensajes de de Navidad, La leyenda de Gösta Berling, Nils Holgersson,
auxilio cuando la violencia o el ruido exteriores amenazaban Marcelino pan y vino, Cuentos de la selva, Mi planta de
mi desarrollo; aprendí a leer en las caricias de mi progenitora naranja lima, La cabaña del tío Tom…
las cartas de contestación a mis quejas y requerimientos.
Ese fue el primer proceso de lectoescritura en que participé
cuando aún carecía de conciencia.
Al nacer me deslumbraron los textos magníficos escritos
por Dios en la Naturaleza: la maravilla de la arquitectura
humana, la sinfonía incomparable de los astros que
hacen parte del Universo, el permanente juego de luces
y de sombras proporcionados por el día y la noche, la
misteriosa poesía del mar diciendo sus versos de espuma
sobre las playas del mundo, la majestuosidad de nevados
y montañas, el perfume de la vegetación, la caricia del
viento, el gusto de los manjares que nos proporciona la
Tierra, la variedad y belleza de los animales, el blanco
lienzo de alba, la pañoleta en llamas del atardecer…
Y de entre todos esos textos auditivos, gustativos,
olfativos, sensitivos, visuales, me dejé seducir por uno que
los reunía a todos: la palabra. Cuando ella salió de los labios
de mi abuela paterna para poblar de sueños mi fantasía,
descubrí que la palabra era el mejor de los juegos, de los
cantos y de los cuentos. Que la palabra dicha con amor era
una caricia, con inteligencia un chiste, con originalidad un
poema; que cuando hilvanaba recuerdos era un testimonio
y cuando inventaba se convertía en arte. ¡Cuánto amé a esa
mujer que sembró en mi corazón la semilla de la fantasía
y me permitió soportar algunos sufrimientos que, con el
surgimiento de la conciencia, empezaban a instalarse
tempraneramente en mi vida.
Cuando ya no pude tener cerca de mí a esa abuela,
sobrevino uno de los acontecimientos capitales no sólo en
mi vida, sino en la de cualquier persona: el descubrimiento
de la palabra escrita. En medio de un ambiente autoritario
y violento que me hizo muy desgraciado, apareció de
súbito la magia del desciframiento, de la decodificación,
que pronto se convertiría en lectura. Entonces mi vida
cambió radicalmente. Si bien no pude reconstruir la
atmósfera que había creado mi abuela cuando me
contaba historias, pude, en cambio, recuperar algunas
de las historias mismas.