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Editar un libro


                     ES INVENTARLO







            A LIBRO ABIERTO


              Por Ramiro Arias/ directoreskeletra@gmail.com














              Muchas cosas han pasado desde que se
              inauguró el siglo XXI. Hoy nos enfrentam-
              os  a  otros  escenarios:  el  Internet,  la  tec-
              nología, los libros electrónicos;  todo esto
              nos ha puesto en otro andarivel, con nue-
              vos desafíos y nuevas realidades y formas.
              Se impone el mundo de la imagen. Hace
              una década los gurús del mundo editorial
              vaticinaron que este sería el año en que
              el ebook vencería al soporte físico. ¡Qué
              equivocados estaban! El libro de papel no
              ha muerto.


                                                      as batallas que tiene que dar un editor literario son muchas, así
                                                      como sus riesgos; uno de los principales es cerrar sus puertas
                                                  Lpronto, luego de haber publicado sus primeros libros, es decir,
                                                  ¿las apuestas a sus escritores no funcionaron?, ¿hay algo que no
                                                  cuajó? Quizá la visión del editor fue miope o los lectores cambiaron
                                                  tanto en poco tiempo que exijen otra literatura. El editor tiene que
                                                  tener bien af nado sus presentimientos para no dar un salto al vacío.
                                                  Editar un libro es inventarlo. El editor tiene que ser más que un
                                                  buen lector, tener un excelente olfato. Finalmente cada uno busca
                                                  el  libro que guarda la clave de su destino y que le revele el sentido
                                                  de la vida.   Alguien decía que uno de los ardides de la edición
                                                  es coger en el momento oportuno la ola del gusto de los lectores.
                                                  Roberto Bolaño, por ejemplo, fue publicado tempranamente en
                                                  Italia y Alemania y su brillo literario, desafortunadamente, vino
                                                  después de su muerte.




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