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El Editor siempre ha sido satanizado. Muchos
escritores arremeten contra él como si fuera
el que más provecho económico obtiene de la
relación escritor-editor-lector; y lo voy a repetir
nuevamente: la librería lleva hasta el 40 por ciento,
el 25 por ciento se va en producir el libro, 10 por
ciento corresponde a derechos de autor, 15 por
ciento en gastos administrativos y, si todo va bien,
el editor tendrá una utilidad del 10 por ciento. En
todo libro hay tiempo, dinero y esfuerzo invertido
por las personas involucradas.
Tratar con escritores muchas veces resulta una
misión a cuestas. Muchos de ellos llegan con la
esperanza de que el editor los lleve a la fama, si no
arman la grande, lo declaran culpable y empiezan
las habladurías y suspicacias y no es para menos.
Hay libros en los que el escritor ha demorado años
en escribirlo y corregirlo con la esperanza de que
el tiempo invertido, sumado al esfuerzo intelectual,
les devuelva sus frutos; pues todos sabemos
que escribir no es un ejercicio cualquiera, tiene
reverberaciones en todos los aspectos de la vida
desde el ético hasta el moral.
Recuerdo al emblemático Carlos Barral, aquel editor
y escritor español que dicen que rechazo la primera
propuesta de publicar Cien Años de Soledad de
García Márquez. Él entendía la edición como un acto
intelectual y no comercial, decía que publicar libros
es un diálogo permanente.
Yo admiro a Barral porque fue uno de los cimientos
de lo que somos, él dejó muchos puentes
especialmente aquel que unió a América con el
viejo continente al publicar a la generación del
boom latinoamericano, desde luego sin desconocer
a Carmen Balcells, quien fue la agente literaria de
todos ellos; los dos hicieron un dúo extraordinario.
Por supuesto, él era un gran poeta y un excelente
editor, pero la gente no tolera que se haga bien las
dos cosas, escribir y editar, aunque escribir también
sea la tarea principal de ciertos editores.
También admiro a Gonzalo Losada, ese republicano
español exiliado que aterrizó en Argentina por los
años 50 del siglo pasado y cambió la visión rural de
la literatura latinoamericana con sus publicaciones
que recorrieron el mundo dando a conocer a Pablo
Neruda, a Nicolás Guillén, García Lorca y otros
escritores no menos importantes.
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